Las heridas abiertas de Armero: 40 años de la peor catástrofe natural de Colombia
Cuatro décadas después de que el lodo sepultara a Armero, las ruinas del antiguo municipio siguen siendo un lugar de peregrinación. Entre la maleza y los escombros, las familias buscan algo más que recuerdos: buscan justicia, verdad y reparación. Porque la avalancha del 13 de noviembre de 1985 no solo mató a más de 25.000 personas, sino que dejó heridas abiertas que el Estado colombiano nunca terminó de atender.
Aquella noche, a las 9:09 p.m., una erupción del Nevado del Ruiz fundió el 10% de su glaciar y desató cuatro lahares que borraron del mapa al municipio tolimense y golpearon poblaciones de Caldas. Cerca del 94% de los habitantes de Armero murieron o desaparecieron. Más de 4.000 resultaron heridos y unas 20.000 personas quedaron sin hogar.
Pero detrás de las cifras monumentales hay historias diferenciales que exigen ser contadas.
Los niños perdidos: una búsqueda de 40 años
Más de 580 niños desaparecieron en medio del caos. Muchos sobrevivieron y fueron adoptados —algunos de manera irregular— dentro y fuera del país. Sus familias han sostenido durante cuatro décadas una búsqueda que mezcla duelo y esperanza.
Desde 2012, la Fundación Armando Armero lidera una base de datos y un banco de ADN para ayudar a reencontrar a esas familias separadas por el desastre y por la desorganizada evacuación de la época. Cada 13 de noviembre, en el río Gualí se lanzan pequeñas barcas de papel con los nombres y fotografías de esos niños. Es un ritual de memoria, pero también una denuncia: el Estado sigue en deuda con el derecho a la verdad y a la reunificación familiar.
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Mujeres que reconstruyeron en la sombra
Fueron ellas quienes asumieron la reconstrucción afectiva y económica: madres que perdieron a sus hijos, esposas que quedaron viudas, niñas que crecieron en hogares sustitutos. Los estudios documentan altos niveles de ansiedad, depresión y consumo problemático de alcohol entre sobrevivientes que nunca recibieron atención integral en salud mental.
En los reasentamientos, las mujeres organizaron comedores comunitarios, redes de cuidado y procesos de memoria, muchas veces sin reconocimiento institucional ni apoyo sostenido. Sus duelos siguen siendo invisibles en la narrativa oficial.
Campesinos sin tierra: "armeritas sin Armero"
El desastre no solo destruyó un pueblo: desarrancó una forma de vida. Miles de campesinos y comerciantes fueron reubicados en Armero-Guayabal o migraron a otras ciudades, con la dificultad de reconstruir el tejido económico y social lejos de su territorio, de sus redes solidarias y de la confianza en las instituciones.
Para ellos, el antiguo cementerio y las ruinas del hospital no son solo símbolos nacionales, sino hitos íntimos de un mapa afectivo que fueron obligados a rehacer.
Una tragedia que se pudo evitar
La avalancha no fue impredecible. Desde diciembre de 1984, expertos vulcanólogos advertían sobre el incremento de la actividad del Nevado del Ruiz y elaboraron mapas de riesgo que señalaban con claridad que Armero estaba construido sobre antiguos depósitos de lodo volcánico.
Pero las alarmas no se tradujeron en planes eficaces de evacuación. Las autoridades pidieron a la población permanecer en sus casas para protegerse de la ceniza, sin prever que sería el lodo lo que sepultaría al municipio. Hoy, Armero es estudiada internacionalmente como ejemplo de cómo la vulnerabilidad social y la desatención institucional pueden convertir una erupción moderada en uno de los peores desastres del siglo XX.
La imagen de Omayra y la ética de la memoria
La tragedia dio la vuelta al mundo por la fotografía de Omayra Sánchez, la adolescente que agonizó durante tres días atrapada entre el lodo ante las cámaras. La imagen, que ganó el World Press Photo de 1986, fue interpretada como un retrato del abandono estatal y de la vulnerabilidad de la niñez colombiana.
Cuarenta años después, activistas y sobrevivientes insisten en que esa fotografía debe mirarse con respeto: no como un ícono del morbo, sino como un llamado permanente a la responsabilidad pública frente a los desastres socioambientales.
"Exigimos memoria, dignidad y retorno"
En este 40 aniversario, las organizaciones de sobrevivientes son claras: el país sigue en deuda. Reclaman una política integral que garantice el derecho a retornar dignamente, a fortalecer los reasentamientos y a consolidar espacios de educación y memoria histórica.
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"No pedimos compasión: exigimos memoria, dignidad y retorno", dicen hoy los armeritas. El duelo no se cierra con una placa ni con una ceremonia anual, sino con acciones concretas: apoyar la búsqueda de los niños perdidos, garantizar atención psicosocial a largo plazo y escuchar las voces de quienes han cargado durante décadas las secuelas físicas y emocionales de aquella noche.
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