Cultivar peces, cosechar paz: un crónica sobre reincorporación

A las cinco de la mañana, el día comienza con café caliente, botas puestas y la primera tarea en mente: alimentar a los peces. Así arranca la jornada para Sandra, Yury, Patricia y otras cinco mujeres firmantes del Acuerdo de Paz que construyen, desde el trabajo colectivo, una nueva vida en comunidad.
“Lo primero que hago es irme a echarle comida a los peces”, cuenta Sandra. Lo dice con entusiasmo, como parte de una rutina que se ha vuelto compromiso, aprendizaje y esperanza.
Aquí, cada día se organiza entre turnos para alimentar, limpiar, cocinar, vigilar. Los peces comen cinco veces al día, cada dos horas, y requieren un seguimiento constante: del nivel del agua, de los depredadores, de las lluvias. Todo se coordina entre ellas.
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“Hay una que se encarga de los peces, otra está haciendo el desayuno, otra organiza la cocina”, explica Patricia. Es una forma de trabajo que refleja el espíritu del colectivo: repartir las tareas, apoyarse, pensar siempre en plural.
Yury, madre de ocho hijas y abuela de dos, está pendiente del clima: “Cuando llueve mucho, me preocupa que se inunde. Entonces hay que parar y mirar el nivel del agua”. También gestionan soluciones: una planta eléctrica para evitar afectaciones por cortes de luz, capacitaciones con el acompañamiento de la ARN, y el deseo constante de aprender más.
“Lo que más deseamos es que esto crezca, que fluya, que todo se dé”, dice Sandra.
Lo que cultivan no son solo peces. Cultivan también la confianza, la convivencia, la reconciliación. En un contexto difícil, donde las amenazas, la estigmatización y los riesgos persisten para quienes firmaron la paz, este proyecto es una forma de resistencia y de dignidad.
Un ejemplo de cómo, desde el trabajo conjunto y el compromiso diario, sí es posible cosechar paz.